La comunicación entre las abejas
Sin comunicación un animal se
vuelve antisocial o solitario, porque las interacciones sociales requieren la
transferencia de información aunque esta consista en simples señales: La
comunicación significa la transferencia de estímulos que provocan respuestas
fisiológicas y de comportamiento en individuos receptivos.
La
extraordinaria coordinación, cooperación y colaboración entre las abejas son
sin duda el resultado de una buena comunicación.
Aristóteles
se quedó con la miel en los labios cuando observó trabajar a las abejas. Quiso
saber más, pero a falta de evidencias, especuló. El filósofo creía que la miel
tenía un origen celeste, que caía de más allá de la atmósfera sobre las hojas y
las flores, y de allí era recogida por las abejas. En realidad, las obreras
recolectan el néctar de las flores que, más tarde, es transformado en miel en
la colmena. Más acertado estuvo cuando sospechó que las abejas, para
organizarse, se debían comunicar entre sí de alguna manera.
Cuando
las exploradoras descubren una fuente de comida, regresan a la colmena. Poco
después, un grupo de recolectoras vuela directamente hacia las flores sin
necesidad de guía. Antes de partir, no obstante, han visto bailar a las
exploradoras. Como si de una danza tribal se tratara, la coreografía está llena
de significados. En ella hay información para que las abejas puedan encontrar
la comida por su propia cuenta. Fue el etólogo austriaco Karl von Frisch quien,
a principios del siglo XX, descifró este curioso baile.
Para
Karl von Frisch, contemplar la naturaleza era algo irresistible: “Nací con amor
hacia el mundo animal y el placer de observar sus impulsos vitales”, decía.
Descifrar el baile de las abejas fue una motivación al largo de su vida.
Gracias a ello, se escabulló de los nazis, que descubrieron que Von Frisch
tenía una abuela judía y quisieron echarlo de la universidad. Sin embargo, como
las abejas polinizan cultivos valiosos, los nazis consideraron que su trabajo
era importante para el suministro de alimentos. Al final, se le permitió
continuar con la investigación e incluso recibió fondos del Estado.
No le hicieron falta grandes utensilios ni material
sofisticado, solo el don del buen observador. Se percató que si las flores
están a más de 150 metros de la colmena, las exploradoras bailan realizando una
figura en forma de ocho: primero van en dirección recta, después hacen un
semicírculo, otra vez rectas y finalizan con otro semicírculo. En la fase
rectilínea, la abeja mueve el abdomen vigorosamente de lado a lado. Cuando más
lejos está el alimento, más dura el meneo. No obstante, conocer la distancia no
es suficiente, falta saber la dirección.
Una
obrera realizará un baile perpendicular el techo del panal, si el alimento está
en la misma dirección que el Sol. Si las flores están, por ejemplo, a 40 grados
a la izquierda del Sol, el baile será ejecutado 40 grados a la izquierda de la
vertical del panal. Las bailarinas transponen el ángulo solar a un ángulo
gravitacional. En conclusión, el ángulo que adopta la abeja, con relación a la
vertical del panal, representa el ángulo que se forma entre la fuente de
alimento y la posición del Sol, siendo la colmena el vértice. La dirección del
baile va cambiando con el movimiento del Sol, al largo del día y las
estaciones.
Estos
y otros descubrimientos le valieron el premio Nobel a Karl von Frisch en 1973.
Aun así, nunca se libró de críticas y controversia. Varios científicos, entre
ellos el profesor Adrian M. Wenner, tienen una idea diferente sobre las abejas.
Wenner cree que el baile no indica la ubicación de una fuente de alimento, sino
que los olores florales en el cuerpo del recolector son la clave principal que
permite reclutar más abejas en búsqueda de néctar y polen. La realidad
biológica probablemente se encuentra en algún lugar entre estas dos teorías.
Las ideas y experimentos de Karl von Frisch inspiraron a
otros científicos a comprometerse con las cuestiones relativas a la
comunicación animal. Investigadores de todo el mundo empezaron a estudiar el
lenguaje de los monos, de las aves, de los cetáceos… Durante muchos siglos, la
comunicación había sido dominio exclusivo de los seres humanos, hasta que von
Frisch estudiando a simples abejas
desdibujó, como tantos otros, la frontera entre el Homo sapiens y
el resto de animales.
Karl R. von Frisch
En 1910 comenzó con estudios sobre peces probando que podían distinguir colores y brillo. También trabajó sobre la capacidad auditiva y la capacidad de distinguir sonidos demostrando que es superior en esta clase al de los humanos.
En 1919 comenzó a estudiar los insectos, específicamente las abejas, demostrando que siendo entrenadas, pueden diferenciar varios gustos y olores y que el sentido del olfato es similar al de los humanos, pero el sentido del gusto es diferente.
Pudo demostrar que, mediante determinados movimientos que llamamos danza de la abeja o del coleteo, y mediante el movimiento vibratorio del abdomen las abejas exploradoras informan al resto de la colmena dónde se encuentra la fuente de alimento, señalando la dirección y la distancia.
En 1949 pudo
demostrar, utilizando luz polarizada, que las abejas utilizan el Sol como
compás para orientarse, recordando
los patrones de polarización presentados por el cielo en diversas horas del día
y de la localización de señales previamente encontradas. Sin duda sus aportes a
la apicultura fueron
enormes, dado que de ellas se desprendieron conocimientos como el rango de
acción de la especie Apis melifera.
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