miércoles, 3 de septiembre de 2014

Los trabajos de Hércules 

Maestro Tibetano Djwhal Khul - Alice A. Bailey


 Apoderándose del cinturón de Hipólita 


Trabajo 6

Virgo 




El  Mito

 El Gran Presidente llamó hacia él al Maestro que vigilaba a Hércules. "El tiempo se acerca”, dijo, "¿Cómo se conduce el hijo del hombre que es un hijo de Dios? ¿Está nuevamente preparado para aventurarse y probar su temple con un adversario de una clase diferente? ¿Puede pasar ahora el sexto Gran Portal?” 
Y el Maestro respondió: "Sí”. Él estaba seguro dentro de sí mismo que cuando el mandato saliera, el discípulo procedería a trabajar nuevamente, y esto se lo dijo al Gran Presidente dentro de la Cámara del Concilio del Señor. 
Y entonces surgió la orden. "Levántate, Oh, Hércules, y pasa el sexto gran Portal". Otra orden surgió asimismo, aunque no para Hércules, sino para aquéllos que habitaban en las riberas del gran mar. Ellos oyeron y escucharon. 
En esas riberas habitaba la gran reina, la cual reinaba sobre todas las mujeres del mundo entonces conocido. Ellas eran sus vasallos y sus osados guerreros. Dentro de su reino no se encontraba un solo hombre. Sólo las mujeres se reunían alrededor de su reina. Dentro del templo de la luna profesaban diariamente su culto y allí hacían sacrificios a Marte, el dios de la guerra. 
Ellas venían de regreso de su visita anual a la tierra de los hombres. Dentro de los recintos del templo esperaban la orden de Hipólita, su reina, quien estaba de pie sobre las gradas del altar mayor, llevando el cinturón que le había dado Venus, la reina del amor. Este cinturón era un símbolo, un símbolo de la unidad lograda a través de la lucha, el conflicto, la contienda, un símbolo de la maternidad y del Niño sagrado hacia quien toda vida humana realmente se vuelve. 
"Ha llegado la noticia”, dijo ella, "que por su camino viene un guerrero cuyo nombre es Hércules, un hijo de hombre y no obstante un hijo de Dios; a él le debo entregar este cinturón que uso. ¿Obedeceré la orden, Oh, amazonas, o combatiremos la palabra de Dios?” Y mientras ellas escuchaban sus palabras y mientras reflexionaban acerca del problema, nuevamente surgió una voz, diciendo que él estaba allí, con anticipación, esperando apoderarse del sagrado cinturón de la aguerrida reina. 
Delante del hijo de Dios quien era asimismo un hijo de hombre, se presentó Hipólita, la reina guerrera. Él combatió y luchó contra ella y no escuchó las bellas palabras que ella se esforzaba por decir. Él le arrancó el cinturón, ofrecido en obsequio como símbolo de unidad y de amor, de sacrificio y de fe. Aún, apoderándose del cinturón, la mató, matando a quien le daba lo que él quería. Y mientras él permanecía al lado de la reina agonizante, horrorizado por lo que había hecho, oyó hablar a su Maestro: 
"Hijo mío, ¿por qué matar lo que se necesita, está cercano y es querido? ¿Por qué matar a quien amas, la dadora de dignos obsequios, custodio de lo posible? ¿Por qué matar a la madre del sagrado niño? Otra vez, advertimos un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete ahora mismo, y busca otra vez mi rostro". 
Se hizo el silencio y Hércules, llevando el cinturón sobre su pecho, buscó el camino hacia el hogar dejando a las mujeres lamentándose, privadas de dirección y de amor. 
*     *     * 
Hércules fue nuevamente hacia las costas del gran mar. Cerca de la costa rocosa vio un monstruo del abismo, sosteniendo entre sus mandíbulas a la pobre Hesione. Sus agudos gritos y quejidos se elevaban al alto cielo y herían los oídos de Hércules, entregado a la pena y no conociendo el sendero que pisaba. Él se lanzó prontamente en su ayuda, pero ya era demasiado tarde. Ella desapareció dentro de la garganta cavernosa de la serpiente marina, ese monstruo de mala fama. Pero olvidándose de sí mismo, este hijo del hombre que era un hijo de Dios, enfrentó resueltamente las olas y alcanzó al monstruo, quien, volviéndose hacia el hombre con rápido ataque y fuerte rugido, abrió su boca. Dentro del rojo túnel de su garganta se lanzó Hércules, en busca de Hesione; encontrándola en lo profundo del vientre del monstruo. La tomó con su mano izquierda, y la sostuvo estrechamente, mientras con su fuerte espada abría camino desde el vientre de la serpiente a la luz del día. Y así la rescató, compensando su previo acto de muerte. Pues así es la vida: un acto de muerte, un acto de vida, y de esta manera, los hijos de los hombres, que son los hijos de Dios, aprenden la sabiduría, el equilibrio y la senda para caminar con Dios. 
Desde la Cámara del Concilio del Señor, el Gran Presidente era especta­dor. Y desde su puesto a su lado, el Maestro también contemplaba. Hércules pasó nuevamente a través del sexto Portal, y viendo esto y viendo el cinturón y a la doncella, el Maestro habló y dijo: "El sexto trabajo está terminado. Tú mataste lo que te estimaba y todo lo desconocido y lo no reconocido que te daba el necesario amor y poder. Tú rescataste lo que te necesitaba, y así de nuevo los dos son uno. Reflexiona otra vez sobre los caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la muerte. Ve y descansa, hijo mío". 
                         El Tibetano


Interpretaciones del Mito

     La historia del mito relataba que el Gran Presidente reconoció que este trabajo era ciertamente con un enemigo "de una clase diferente". Es intere­sante que los dos trabajos que Hércules desempeñó mal, aunque eventualmente los ganó, fueron con sus polos opuestos, las mujeres. En Aries, la conquista de las yeguas devoradoras de hombres envaneció tanto su ego que avanzó con paso majestuoso lleno de orgullo y dejó las yeguas a Abderis, su personalidad, con el resultado que ellas escaparon y el trabajo tuvo que ser repetido. "Pero Abderis yacía muerto". Y en el trabajo de Virgo, mató a la reina de las Amazonas, aunque ella le ofreció su cinturón, y entonces él tuvo que rescatar a otra doncella, Hesione, del vientre de la serpiente para compensar por la vida que él había tomado innecesariamente. 
    Por lo tanto, la guerra entre los sexos es de antiguo origen; realmente es inherente a la dualidad de la humanidad y del sistema solar. A este hecho nuestras cortes de divorcio le rinden un fuerte testimonio; y la competencia surge en los negocios como así también en el hogar. Hay pequeños pero importantes puntos en la historia, que no deben ser pasados por alto. ¿En qué contribuyó Hipólita al error? Tal vez en esto: Ella ofreció a Hércules el cinturón de la unión, que Venus le había dado, porque se le había dicho que Aquel que preside así lo había ordenado, no porque ella sintiera la unión. ¿Lo hizo bajo apremio pero sin amor? Y por lo tanto ella murió. Aun así se nos dice que el mal debe venir, pero el infortunio les acontece a aquellos de quienes viene, y así Hércules fracasó en comprender su misión espiritual, aunque logró sus objetivos. 
    Asimismo uno se pregunta: ¿Por qué las Amazonas hacían una salida anual al mundo de los hombres? ¿Era para hacerles la guerra, o para buscar la unión, en la cual no había corazón? ¿Era para buscar nuevos miembros para su mundo sin hombres? Pero Dios, se nos dice, mira al corazón. Llegará como una conmoción a muchos de estrictos y legalmente morales criterios, reflexionar que una prostituta reconocida, pueda ser superior a una mujer que agrega la blasfemia a la prostitución, cuando ella hace promesas en la iglesia, sin amor y sin intención de servir, sino sólo para obtener dinero, seguridad o una posición. Uno raramente oye un sermón sobre la mujer adúltera, de quien Cristo dijo, "Yo no te condeno. Ve en paz y no peques más". Todo esto parece sutilmente involucrado en el mito del trabajo en Virgo. Su aplicación práctica así como su significado cósmico y espiritual son asombrosos. Se nos dice que la “guerra con propósito entre los sexos está ahora en un punto culminante". 
    Esta vez el maestro nos dijo meramente que el trabajo estaba mal hecho. Dijo sin equívoco, "¿Por qué matar a la madre del sagrado Niño? De nuevo advertimos un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete ahora mismo, y busca "de nuevo mi rostro". Estas fueron las palabras duras y nosotros las escucharemos como el principio fundamental. "Otra vez no has entendido". Se hizo el silencio y Hércules, llevando el cinturón a su pecho, buscó el camino de vuelta, dejando a las mujeres lamentándose y privadas de dirección y amor. 
    Primero el acto de la muerte; luego un acto de amor cuando, arriesgando su propia vida, Hércules rescató a Hesione y mereció del Maestro las pala­bras: "Reflexiona de nuevo sobre los caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la muerte. Ve y descansa, hijo mío". No ofrecemos disculpas por repetir las palabras del mito como las dijo el Tibetano; ellas son superlativamente hermosas y su poder mántrico parece destruido parafraseándolas. 
            Hay que señalar también que el trabajo no fue descrito a Hércules como en otros casos. La noticia sólo llega al país donde la reina de las Amazonas gobernaba su mundo de mujeres, todos los hombres excluidos. Se dejó a Hércules el entender la naturaleza del trabajo, y él no lo hizo. También las Amazonas adoraban la luna (la forma), y a Marte, el dios de la guerra; ellas tampoco entendían su verdadera función, pues María es representada con la luna bajo sus pies, y en sus brazos el que es conocido como el Príncipe de la Paz.

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