CUENTOS DE ANTHONY DE MELLO II
(Bombay, 1931— New York, 1987) fue un sacerdote jesuita y psicoterapeuta conocido por sus libros y conferencias sobre espiritualidad, donde utilizaba elementos teológicos de otras religiones, además de la tradición judeocristiana. Algunas de sus ideas fueron revisadas y notificadas como no ortodoxas por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 24 de junio de 1998.
LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD
Le preguntaron al Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?».
«La
espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su
transformación interior».
«Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los
Maestros, ¿no es eso espiritualidad?».
«No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya
no es una manta si no te da calor».
«¿De modo que la espiritualidad cambia?».
«Las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en
otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por
espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados».
LA PREGUNTA
Preguntaba el monje: «Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y
las estrellas... ¿de dónde vienen?
Y preguntó el Maestro: «¿Y de dónde viene tu pregunta?».
EL MAESTRO NO SABE
El 'indagador' se acercó respetuosamente al 'discípulo' y le preguntó
«¿Cuál es el sentido de la vida humana?».
El 'discípulo' consultó las palabras escritas de su 'maestro' y, lleno
de confianza, respondió con las palabras del propio 'maestro': «La vida humana
no es sino la expresión de la exuberancia de Dios».
Cuando el 'indagador' se encontró con el 'maestro' en persona, le hizo
la misma pregunta; y el 'maestro' le dijo:
«No lo sé».
El 'indagador' dice: «No lo sé».
Lo cual exige honradez.
El 'maestro' dice: «No lo sé». Lo
cual requiere tener una mente mística capaz de saberlo todo a través del
no-saber.
El 'discípulo' dice: «Yo lo sé». Lo cual requiere
ignorancia, disfrazada de conocimiento prestado.
LOS PROFESIONALES
Mi vida religiosa ha estado
enteramente en manos de profesionales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a
un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a
mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro
a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y
para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote.
El rey de unas islas del Pacífico Sur daba un
banquete en honor de un distinguido huésped occidental.
Cuando llegó el momento de pronunciar los elogios del huésped, Su
Majestad siguió sentado en el suelo mientras un orador profesional,
especialmente designado al efecto, se excedía en sus adulaciones.
Tras el elocuente panegírico, el huésped se levantó para decir unas
palabras de agradecimiento al rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: «No
se levante, por favor», le dijo. «Ya he encargado a un orador que hable por
usted. En nuestra isla pensamos que el hablar en público no debe estar en manos
de aficionados».
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