CUENTOS DE ANTHONY DE MELLO
LOS BAMBÚES
Nuestro perro, Brownie, estaba
sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los
ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un
mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte consciente.
Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a
turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería aquella
noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a dormir.
Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.
Tal vez tú mismo hayas
experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado completamente
absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena como cualquier
otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive totalmente en el
presente.
Y un requerimiento absolutamente
esencial, por increíble qué parezca: Abandona todo pensamiento acerca del
futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento toda
frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.
Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le
otorgara la iluminación. El maestro
le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: «Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel
otro, qué corto es».
Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación.
Dicen que Buda intentó practicar
toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se
practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la
iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol
que le dicen 'bodhi' y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el
secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que 'pueden parecer
enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus
pensamientos: «Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes
de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente,
sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis
ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de
que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente». Conciencia.
Atención. Absorción. Nada más.
Esta forma de quedarse absorto podemos observarla
en los niños, que son quienes tienen fácil acceso al Reino de los Cielos.
LOS EXPERTOS
Un cuento Sufí:
Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para
ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba,
el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro.
Abrieron el féretro y el hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a
los sorprendidos asistentes. «Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron
acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar:
«Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías
muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron a
atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.
ENMIENDA LAS ESCRITURAS
Se acercó un hombre sabio a Buda y le dijo: «Las cosas que tú enseñas,
señor, no se encuentran en las Santas Escrituras». «Entonces, ponlas tú en las
Escrituras», replicó Buda.
Tras una embarazosa pausa, el hombre siguió diciendo: «¿Me permitiría
sugerirle, señor, que algunas de las cosas que vos enseñáis contradicen las
Santas Escrituras?».
«Entonces, enmienda las Escrituras», contestó Buda.
En las Naciones Unidas se hizo la propuesta de que
se revisaran todas las Escrituras de todas las religiones del mundo. Cualquier
cosa en ellas que pudiera llevar a la intolerancia, a la crueldad o al
fanatismo, debería ser borrada. Cualquier cosa que de algún modo fuera en
contra de la dignidad y el bienestar del hombre debería omitirse.
Cuando se descubrió que el autor de la propuesta
era el propio Jesucristo, los periodistas corrieron a visitarle en busca de una
más completa explicación. Y ésta fue bien sencilla y breve: «Las Escrituras,
como el Sábado, son para el hombre», afirmó, «no el hombre para las
Escrituras».
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