Los trabajos de Hércules
Maestro Tibetano Djwhal Khul - Alice A. Bailey
Apoderándose del cinturón de Hipólita
Trabajo 6
Virgo
El Mito
El
Gran Presidente llamó hacia él al Maestro que vigilaba a Hércules. "El
tiempo se acerca”, dijo, "¿Cómo se conduce el hijo del hombre que es un
hijo de Dios? ¿Está nuevamente preparado para aventurarse y probar su temple
con un adversario de una clase diferente? ¿Puede pasar ahora el sexto Gran
Portal?”
Y el Maestro respondió: "Sí”. Él estaba
seguro dentro de sí mismo que cuando el mandato saliera, el discípulo
procedería a trabajar nuevamente, y esto se lo dijo al Gran Presidente dentro
de la Cámara del Concilio del Señor.
Y entonces surgió la orden. "Levántate, Oh,
Hércules, y pasa el sexto gran Portal". Otra orden surgió asimismo, aunque
no para Hércules, sino para aquéllos que habitaban en las riberas del gran mar.
Ellos oyeron y escucharon.
En esas riberas habitaba la gran reina, la cual reinaba
sobre todas las mujeres del mundo entonces conocido. Ellas eran sus vasallos y
sus osados guerreros. Dentro de su reino no se encontraba un solo hombre. Sólo
las mujeres se reunían alrededor de su reina. Dentro del templo de la luna
profesaban diariamente su culto y allí hacían sacrificios a Marte, el dios de
la guerra.
Ellas venían de regreso de su visita anual a la tierra
de los hombres. Dentro de los recintos del templo esperaban la orden de
Hipólita, su reina, quien estaba de pie sobre las gradas del altar mayor,
llevando el cinturón que le había dado Venus, la reina del amor. Este cinturón
era un símbolo, un símbolo de la unidad lograda a través de la lucha, el
conflicto, la contienda, un símbolo de la maternidad y del Niño sagrado hacia
quien toda vida humana realmente se vuelve.
"Ha llegado la noticia”, dijo ella,
"que por su camino viene un guerrero cuyo nombre es Hércules, un hijo de
hombre y no obstante un hijo de Dios; a él le debo entregar este cinturón que
uso. ¿Obedeceré la orden, Oh, amazonas, o combatiremos la palabra de Dios?” Y
mientras ellas escuchaban sus palabras y mientras reflexionaban acerca del
problema, nuevamente surgió una voz, diciendo que él estaba allí, con
anticipación, esperando apoderarse del sagrado cinturón de la aguerrida reina.
Delante del hijo de Dios quien era asimismo un
hijo de hombre, se presentó Hipólita, la reina guerrera. Él combatió y luchó
contra ella y no escuchó las bellas palabras que ella se esforzaba por decir.
Él le arrancó el cinturón, ofrecido en obsequio como símbolo de unidad y de
amor, de sacrificio y de fe. Aún, apoderándose del cinturón, la mató, matando a
quien le daba lo que él quería. Y mientras él permanecía al lado de la reina
agonizante, horrorizado por lo que había hecho, oyó hablar a su Maestro:
"Hijo mío, ¿por qué matar lo que se
necesita, está cercano y es querido? ¿Por qué matar a quien amas, la dadora de
dignos obsequios, custodio de lo posible? ¿Por qué matar a la madre del sagrado
niño? Otra vez, advertimos un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete
ahora mismo, y busca otra vez mi rostro".
Se hizo el silencio y Hércules, llevando el
cinturón sobre su pecho, buscó el camino hacia el hogar dejando a las mujeres
lamentándose, privadas de dirección y de amor.
*
* *
Hércules fue nuevamente hacia las costas del
gran mar. Cerca de la costa rocosa vio un monstruo del abismo, sosteniendo
entre sus mandíbulas a la pobre Hesione. Sus agudos gritos y quejidos se
elevaban al alto cielo y herían los oídos de Hércules, entregado a la pena y no
conociendo el sendero que pisaba. Él se lanzó prontamente en su ayuda, pero ya
era demasiado tarde. Ella desapareció dentro de la garganta cavernosa de la
serpiente marina, ese monstruo de mala fama. Pero olvidándose de sí mismo, este
hijo del hombre que era un hijo de Dios, enfrentó resueltamente las olas y
alcanzó al monstruo, quien, volviéndose hacia el hombre con rápido ataque y
fuerte rugido, abrió su boca. Dentro del rojo túnel de su garganta se lanzó
Hércules, en busca de Hesione; encontrándola en lo profundo del vientre del
monstruo. La tomó con su mano izquierda, y la sostuvo estrechamente, mientras
con su fuerte espada abría camino desde el vientre de la serpiente a la luz del
día. Y así la rescató, compensando su previo acto de muerte. Pues así es la
vida: un acto de muerte, un acto de vida, y de esta manera, los hijos de los
hombres, que son los hijos de Dios, aprenden la sabiduría, el equilibrio y la
senda para caminar con Dios.
Desde la Cámara del Concilio del Señor, el Gran
Presidente era espectador. Y desde su puesto a su lado, el Maestro también
contemplaba. Hércules pasó nuevamente a través del sexto Portal, y viendo esto
y viendo el cinturón y a la doncella, el Maestro habló y dijo: "El sexto
trabajo está terminado. Tú mataste lo que te estimaba y todo lo desconocido y
lo no reconocido que te daba el necesario amor y poder. Tú rescataste lo que te
necesitaba, y así de nuevo los dos son uno. Reflexiona otra vez sobre los
caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la muerte. Ve y descansa,
hijo mío".
El TibetanoInterpretaciones del Mito
La
historia del mito relataba que el Gran Presidente reconoció que este trabajo
era ciertamente con un enemigo "de una clase diferente". Es interesante
que los dos trabajos que Hércules desempeñó mal, aunque eventualmente los ganó,
fueron con sus polos opuestos, las mujeres. En Aries, la conquista de las
yeguas devoradoras de hombres envaneció tanto su ego que avanzó con paso
majestuoso lleno de orgullo y dejó las yeguas a Abderis, su personalidad, con
el resultado que ellas escaparon y el trabajo tuvo que ser repetido. "Pero
Abderis yacía muerto". Y en el trabajo de Virgo, mató a la reina de las
Amazonas, aunque ella le ofreció su cinturón, y entonces él tuvo que rescatar a
otra doncella, Hesione, del vientre de la serpiente para compensar por la vida
que él había tomado innecesariamente.
Por lo
tanto, la guerra entre los sexos es de antiguo origen; realmente es inherente a
la dualidad de la humanidad y del sistema solar. A este hecho nuestras cortes
de divorcio le rinden un fuerte testimonio; y la competencia surge en los
negocios como así también en el hogar. Hay pequeños pero importantes puntos en
la historia, que no deben ser pasados por alto. ¿En qué contribuyó Hipólita al
error? Tal vez en esto: Ella ofreció a Hércules el cinturón de la unión, que Venus
le había dado, porque se le había dicho que Aquel que preside así lo había
ordenado, no porque ella sintiera la unión. ¿Lo hizo bajo apremio pero sin
amor? Y por lo tanto ella murió. Aun así se nos dice que el mal debe venir,
pero el infortunio les acontece a aquellos de quienes viene, y así Hércules
fracasó en comprender su misión espiritual, aunque logró sus objetivos.
Asimismo
uno se pregunta: ¿Por qué las Amazonas hacían una salida anual al mundo de los
hombres? ¿Era para hacerles la guerra, o para buscar la unión, en la cual no
había corazón? ¿Era para buscar nuevos miembros para su mundo sin hombres? Pero
Dios, se nos dice, mira al corazón. Llegará como una conmoción a muchos de
estrictos y legalmente morales criterios, reflexionar que una prostituta
reconocida, pueda ser superior a una mujer que agrega la blasfemia a la
prostitución, cuando ella hace promesas en la iglesia, sin amor y sin intención
de servir, sino sólo para obtener dinero, seguridad o una posición. Uno
raramente oye un sermón sobre la mujer adúltera, de quien Cristo dijo, "Yo
no te condeno. Ve en paz y no peques más". Todo esto parece sutilmente
involucrado en el mito del trabajo en Virgo. Su aplicación práctica así como su
significado cósmico y espiritual son asombrosos. Se nos dice que la “guerra con
propósito entre los sexos está ahora en un punto culminante".
Esta
vez el maestro nos dijo meramente que el trabajo estaba mal hecho. Dijo sin
equívoco, "¿Por qué matar a la madre del sagrado Niño? De nuevo advertimos
un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete ahora mismo, y busca "de
nuevo mi rostro". Estas fueron las palabras duras y nosotros las
escucharemos como el principio fundamental. "Otra vez no has
entendido". Se hizo el silencio y Hércules, llevando el cinturón a su pecho,
buscó el camino de vuelta, dejando a las mujeres lamentándose y privadas de
dirección y amor.
Primero
el acto de la muerte; luego un acto de amor cuando, arriesgando su propia vida,
Hércules rescató a Hesione y mereció del Maestro las palabras: "Reflexiona
de nuevo sobre los caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la
muerte. Ve y descansa, hijo mío". No ofrecemos disculpas por repetir las
palabras del mito como las dijo el Tibetano; ellas son superlativamente
hermosas y su poder mántrico parece destruido parafraseándolas.
Hay que señalar también que el
trabajo no fue descrito a Hércules como en otros casos. La noticia sólo llega
al país donde la reina de las Amazonas gobernaba su mundo de mujeres, todos los
hombres excluidos. Se dejó a Hércules el entender la naturaleza del trabajo, y
él no lo hizo. También las Amazonas adoraban la luna (la forma), y a Marte, el
dios de la guerra; ellas tampoco entendían su verdadera función, pues María es
representada con la luna bajo sus pies, y en sus brazos el que es conocido como
el Príncipe de la Paz.
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