Los trabajos de Hércules
Maestro Tibetano Djwhal Khul - Alice A. Bailey
Trabajo 4
La Captura de la Gama o Cierva Parte 1
Cáncer
El Mito
El Gran Presidente, Quien se sienta en la Cámara
del Concilio del Señor, habló al Maestro que permanecía a su lado: "¿Dónde
está el hijo del hombre que es el hijo de Dios? ¿Cómo se comporta? ¿Cómo es
puesto a prueba y con qué servicio está ahora comprometido?”.
El Maestro dijo, echando una mirada
sobre el hijo del hombre que es el hijo de Dios: "Con nada en este
momento, ¡Oh, Gran Presidente! La tercera gran prueba proveyó mucho sustento aleccionador
a un principiante como él, ahora medita y reflexiona".
“Proporciona una prueba que evoque
su elección más sabia. Envíalo a trabajar en un campo en el cual él deba
decidir qué voz, de todas las muchas voces, despertará la obediencia de su
corazón. Provee asimismo una prueba de gran simplicidad en el plano exterior, y
además una prueba que despierte, en el lado interior de la vida, la plenitud de
su sabiduría y la rectitud de su poder de elección. Que proceda con la cuarta
prueba”.
*
* *
Delante del cuarto gran Portal permanecía
Hércules; un hijo del hombre y, no obstante un hijo de Dios. Al principio había
profundo silencio. Él no pronunció palabra ni emitió ningún sonido. Más allá
del Portal el paisaje se extendía en contornos despejados, y en el horizonte
lejano se levantaba el templo del Señor, el santuario del Dios‑Sol, las
murallas almenadas fulgurantes. Sobre una colina cercana estaba parado un
esbelto cervatillo. Y Hércules, que es un hijo de hombre y no obstante un hijo
de Dios, miró y escuchó y, escuchando, oyó una voz. La voz salía de ese
brillante círculo de la luna que es el hogar de Arternisa. Y Artemisa, el hada,
habló palabras de advertencia al hijo del hombre.
"La cierva es mía, por lo tanto, no la
toques", dijo ella. "Durante eras yo la alimenté y la cuidé cuando
joven. La cierva es mía y mía debe permanecer".
Entonces, surgió Diana, la cazadora de los
cielos, la hija del sol. Saltando hacia la cierva con sus pies calzados con
sandalias, ella también reclamó la posesión.
"No es así", dijo Artemisa, la más
hermosa doncella: "La cierva es mía y mía debe permanecer. Demasiado joven
hasta hoy, ahora puede ser útil. La cierva de astas de oro es mía, no tuya, y
mía permanecerá".
Hércules de pie entre los pilares del Portal, escuchó
y oyó la querella y mucho se asombraba mientras las dos doncellas disputaban
por la posesión de la cierva.
Otra voz llegó a su oído, y con dominante acento
dijo: "La cierva no pertenece a ninguna doncella, ¡oh, Hércules!, sino al
Dios cuyo santuario tú ves en aquel monte distante. Vé y rescátala y llévala a
la seguridad del santuario y déjala allí. Una cosa simple de hacer, ¡oh, hijo
del hombre!, pero (y medita bien mis palabras) siendo un hijo de Dios, tú
puedes así buscar y coger la cierva. Vé".
A través del cuarto Portal salió Hércules,
dejando detrás los muchos dones recibidos para que no lo molestaran en la veloz
persecución que tenía por delante. Y desde cierta distancia las pendencieras
doncellas observaban. Artemisa, el hada, inclinándose desde la luna y Diana,
hermosa cazadora de los bosques de Dios, seguían los movimientos de la cierva
y, cuando la causa esperada surgía, cada una de ellas engañaba a Hércules,
buscando frustrar sus esfuerzos. Él perseguía a la cierva de un punto a otro y
cada una de ellas con sutileza le engañaba. Y esto hicieron una y otra vez.
Así, por espacio de todo un año, el hijo del
hombre que es un hijo de Dios, siguió a la cierva de lugar en lugar, atrapando
ligeros reflejos de su forma, sólo para encontrar que en la espesura de los
bosques profundos la había perdido. De colina en colina y de bosque en bosque,
la persiguió hasta muy cerca de un tranquilo estanque donde, de cuerpo entero,
sobre la hierba no hollada, la vio durmiendo, cansada de su carrera.
Con paso silencioso, extendida mano y ojo
inmutable, él disparó una flecha hacia la gama y la hirió en su pata.
Estimulando toda la voluntad de la que estaba poseído, se acercó más, y no
obstante la cierva no se movió. Así se adelantó más cerca, y ciñó a la cierva en
sus brazos, cerca de su corazón. Y Artemisa y la bella Diana eran espectadoras.
"La búsqueda ha terminado", cantó en
voz alta. "Dentro de la más espesa oscuridad fui conducido, y no encontré
a la cierva. Dentro de los profundamente oscuros bosques sorteé mi camino,
pero no encontré a la gama; y sobre las llanuras monótonas y las soledades
áridas y los desiertos salvajes, me esforcé hacia la gama, sin embargo, no la
encontré. A cada sitio que llegaba, las doncellas desviaban mis pasos, pero aún
persistí y ¡ahora la cierva es mía! ¡la cierva es mía!
"Eso no es verdad, oh, Hércules!, llegó a
sus oídos la voz de uno que permanece cerca del Gran Presidente dentro de la
Cámara del Concilio del Señor. "La gama no pertenece, a un hijo del hombre
aún cuando sea un hijo de Dios. Lleva la gama a aquel santuario distante, donde
moran los hijos de Dios y déjala allí con ellos".
"¿Por qué así, oh, sabio Maestro? La gama
es mía, mía por la larga búsqueda y el largo viaje, y mía asimismo porque yo la
sostengo cerca de mi corazón".
"¿Y no eres tú un hijo de Dios, aunque un
hijo de hombre? ¿Y no es el santuario también tu morada? ¿Y no compartes tú la
vida de todos los que moran allí dentro? Lleva al santuario de Dios la gama
sagrada, y déjala allí, oh, hijo Je Dios".
*
* *
Entonces Hércules cargó la gama hasta el sagrado
santuario de Micenas llevándola hasta el centro del lugar sagrado y allí la
dejó. Y cuando la colocaba delante del Señor, reparó en la herida de su pata,
producida por una flecha del arco que él había tendido y usado. La gama era
suya por derecho de la búsqueda. La gama era suya por derecho de la destreza y
la proeza de su brazo. "La cierva es, por lo tanto, doblemente mía”, dijo
él.
Pero Artemisa, situándose dentro del atrio de
ese lugar muy sagrado, oyó su fuerte grito de victoria y dijo: "No es así.
La gama es mía y siempre ha sido mía. Yo vi su forma reflejada en el agua; oí
sus pasos sobre los caminos de la tierra; sé que la gama es mía, pues toda
forma es mía".
El Dios Sol habló desde el lugar sagrado.
"La gama es mía, no tuya ¡Oh, Artemisa! Su espíritu permanece conmigo
desde toda la eternidad, aquí en el centro del sagrado santuario. Tú no pueden
entrar aquí ¡oh, Artemisa! y sabes que yo digo la verdad. Diana, esa hada
cazadora del Señor, puede entrar por un momento y decirte lo que vea".
Por un breve momento entró al santuario la
cazadora del Señor y vio la forma de lo que era la gama, yaciendo delante del
altar, en apariencia muerta. Y con pena dijo: "Pero si tu espíritu
descansa contigo ¡oh, gran Apolo, noble hijo de Dios!, entonces conozco que la
cierva está muerta. La cierva está muerta por causa del hombre que es un hijo
de hombre, aún cuando es un hijo de Dios. ¿Por qué puede él entrar al santuario
y nosotras debemos esperar a la gama aquí afuera?”.
"Porque él sostuvo a la gama en sus brazos,
cerca de su corazón, y en el lugar sagrado la gama encuentra descanso, y
también el hombre. Todos los hombres son míos. La gama es asimismo mía, no
tuya. No del hombre, sino mía".
*
* *
Y Hércules, volviendo de la prueba, pasó
nuevamente a través del Portal y encontró su camino, de regreso al Maestro de
su vida.
"He cumplido la tarea señalada por el Gran
Presidente. Fue simple, excepto por la cantidad de tiempo y la cautela de la
búsqueda. Yo no escuché a aquellos que hacían su reclamo, ni vacilé en el
camino. La gama está en el lugar sagrado, cerca del corazón de Dios y asimismo,
en la hora de la necesidad, también cerca de mi corazón".
"Ve a mirar nuevamente ¡Oh, Hércules!, hijo
mío, entre los pilares del Portal". Y Hércules obedeció. Más allá del
Portal, el paisaje se extendía en claros contornos y en el horizonte lejano se
erguía el templo del Señor, el santuario del Dios‑Sol, con brillantes murallas
almenadas, mientras que en una colina cercana se erguía un esbelto cervatillo.
"¿Ejecuté la prueba, oh, sabio Maestro? El
cervatillo está de nuevo sobre la colina donde antes lo vi parado".
Y desde la Cámara del Concilio del Señor, donde
se sienta el Gran Presidente, llegó una voz: "Muchas y todavía muchas
veces deben todos los hijos de los hombres, que son los hijos de Dios, buscar
al cervatillo de la cornamenta de oro y llevarlo al lugar sagrado; muchas y
todavía muchas veces".
Entonces dijo el Maestro al hijo del hombre que
es un hijo de Dios: "El cuarto trabajo ha terminado, y por la naturaleza
de la prueba y por la naturaleza de la gama, la búsqueda debe ser frecuente. No
olvides esto, sino que reflexiona acerca de la lección aprendida".
El
tibetanoSignificado de la Historia
Euristeo, por consiguiente, envió a Hércules a
capturar la gama o cierva Cerinita de los cuernos de oro. La palabra
"cierva" viene de una antigua palabra gótica que significa "el
que debe ser capturado", en otras palabras, lo que es elusivo y difícil de
aprisionar. Esa gama era sagrada para Artemisa, la diosa de la luna; pero
Diana, la cazadora de los cielos, la hija del sol, también la pretendía y hubo
una querella sobre la pertenencia. Hércules aceptó el encargo de Euristeo y se
equipó para capturar la dócil cierva. Estuvo todo un año persiguiéndola, yendo
de un bosque a otro, apenas avistándola y volviéndola a perder. Pasó un mes
tras otro, y nunca pudo apresarla y retenerla. Finalmente el éxito coronó su
esfuerzos y él capturó a la gama, la echó sobre sus hombros, "la sostuvo
cerca de su corazón", y la llevó al sagrado templo de Micenas, donde la
colocó frente al altar, en el lugar sagrado. Entonces retrocedió, complacido de
su triunfo.
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